INTRODUCCIÓN
Mucha gente afirma que recordar es vivir. Aunque hay mucho de cierto en ello, la verdadera
realidad es que el hombre tiene la maravillosa virtud de recordar con mucha más facilidad lo
agradable, lo sutil, lo placentero; pero tiende a olvidar o sublimar, los eventos desagradables de su vida. Aún
las personas que suelen ser tan pesimistas que solo recuerdan sus peores experiencias,
generalmente desarrollan la maravillosa capacidad de reírse de las mismas. Creo que me
encuentro en el punto medio entre los extremadamente pesimistas que solo recuerdan lo
traumático y aquellos que solo recuerdan lo positivo, lo edificante. He podido también aprender
a reírme aún de mis peores experiencias.
Para la década comprendida entre los años 1950 y 1960, graduarse de Escuela Superior
era un logro de incomparable magnitude para la mayoría de los aguadillanos y posiblemente, para la inmensa mayoría
de los puertorriqueños. Para los afortunados a quienes
atañe esta historia, todos los eventos que ocurrieron en ese periodo, nos marcaron para toda la
vida. Desarrollamos un entrañable sentido de la amistad y aprendimos a aceptar los males
transitorios del diario vivir como elementos necesarios para una mejor vida. Nosotros fuimos
algo parecido a los "Baby Boomers" de la post guerra en los Estados Unidos. Las generaciones
previas a nosotros y las que nos precedieron, parecen guardar una respetable distancia de la de
nosotros.
En nuestra época, apenas un veinte por ciento de los graduados de escuela superior
aspiraba continuar estudios universitarios y de ese pequeño porciento, apenas la mitad iniciaba
esos estudios y los más de estos terminaban con un Diploma "Normal", lo que ahora llamamos "Grado
Asociado" (dos años en el ámbito universitario). Un grupo aún menor lograba alcanzar un grado
universitario de Bachillerato (cuatro años) o superior. Justo es reconocer que existían becas para
los más aventajados, pero en nada comparaban con las facilidades actuales de becas y préstamos
federales. Existían ayudas económicas para libros y pago de hospedaje que de alguna manera
permitían la subsistencia de aquellos que se esforzaban por superarse. Muchos de los padres, con
mejores intenciones que recursos, generalmente nos estimulaban a estudiar con una expresión
muy típica de nuestra época: "... yo no quiero que tengas que pasar por lo que yo he pasado...".
El "yo he pasado"de mi padre, significaba haber abandonado la escuela en octavo grado y
heredar el oficio de su padre, "Maestro Herrero", que según él indicaba, era el oficio que Dios
había diseñado para el perro, pero el can lo había rehusado, indicándole a Dios que prefería
comer mierda a tener que dedicarse a eso, y Él, en su infinita misericordia, había complacido al
noble animal.
Me parece conveniente señalar que la herrería del "yo he pasado" de mi padre, no era la
herrería moderna de soldadura de arco, prensas hidráulicas y de verjas y portones de hierro
ornamental. La herrería a que me refiero era la de fragua, carbón de piedra, yunque, tajaderas,
remaches, forjado a marrón y martillo. Era la herrería donde se construían carretones para cargar
caña, se "enllantaban" las ruedas de madera de los carretones previamente construidas allí
mismo. Era la herrería donde la materia prima era el hierro recién fundido en planchas de cuatro
y cinco pulgadas de ancho y media pulgada o más de espesor. Era la herrería de las maderas
toscas del país obtenidas en bruto de nuestros campos y transformadas en tablas, yugos, pértigas,
camones, rayos y "manzanas"; todo armoniosamente acoplado sin usar clavos, tornillos o
pegamentos, al hierro transformado en llantas, pasadores y cinchos, en la fragua y el enllantadero.
Era la herrería de continuas metamorfosis logradas a fuerza de sudor y en ocasiones, sangre.
Mi madre era analfabeta, huérfana de madre desde los cinco años, criada por un primo de
su padre y su esposa; una matrona que aprovechó el mestizaje de mi madre para olvidarse que la
esclavitud había terminado. La crianza de mi madre estuvo sujeta a los más ignominiosos
castigos que un niño huérfano podía recibir en esos tiempos. Su "yo he pasado"
la llevó a matricularme en "La Escuelita", un kindergarten de la Iglesia Presbiteriana en el Barrio Higüey
de Aguadilla, cuando yo apenas contaba con dos años y medio de edad, en agosto de 1942, en su
claro empeño de que yo "aprendiera a leer y escribir". Claro, en agosto de 1943, con tres años y
medio, ninguna escuela del área me aceptó para primer grado y tuve que repetir otro año de
Kindergarten. Cuando iniciaba mi tercer año de Kinder, dos piadosas maestras de aquel recordado
recinto, Doña Ana Beltrán y Doña Luz Vega, ejercieron sus buenos oficios para,
que supliendo mi propia silla, me aceptaran en primer grado en la Escuela Eladio J. Vega, la escuela
elemental del barrio. Bajo la intimidadora tutela de la señora Candita Ferreris de Quero inicié el
proceso de "aprender a leer", tan ansiado por mi madre. Ya ella, como mi "maestra" analfabeta,
me había iniciado en las matemáticas, enseñándome a contar "números" ostentosamente
garabateados por su analfabeta mano en las paredes de nuestra desvencijada "casita del cerro de
Don Juan Mejías" donde vivíamos para esos tiempos.
El Kindergarten repetido de mi vida ha
sido motivo de las más variadas bromas de mis
queridos compañeros de la Clase del 57 de la vetusta Escuela Superior de Aguadilla, quienes me
han amenazado con incluirme en el libro de récords de "Guiness", por ser el único
puertorriqueño que se haya "colgado" en kindergarten.
Marta Negrón Molinary y Elba Espinosa, miembros de nuestra clase del 57, fueron
también egresados de "La Escuelita" de la Iglesia Presbiteriana del Higüey.
En el verano de 1946 se sucedieron en Aguadilla una serie de temblores de tierra que
tenían a la comunidad en un alto grado de nerviosismo. Muchos recordaban el terremoto que
había ocurrido en el mes de agosto de 1918 en el que cerca de 160 aguadillanos habían perdido la
vida ahogadas por el maremoto o atrapadas en los escombros de edificios derrumbados. Uno de
esos temblores ocurrió en una mañana de agosto de 1946, cuando ya transcurría mi segundo
año de escuela elemental. No recuerdo la razón, pero nuestra maestra de segundo grado seguía
siendo Doña Candita Ferreris de Quero.
En algún momento de esa mañana se escucharon gritos
que decían: ¡Se salió el mar, se salió el mar! Estos gritos provenían del aledaño sector de "La Cuerda",
un barrio de buena gente pobre primordialmente dependiente de la pesca. En un abrir y
cerrar de ojos, la mayoría de los maestros huyeron gritando y corriendo despavoridos.
Solo una maestra había plermanecido serena con sus estudiante hasta que los padres llegaron a reclamarlos; su nombre era Doña Carmen Nazario,
puntal de la Iglesia Presbiteriana de mi "escuelita" de Kindergarten.
Recuerdo también que esa fue la primera vez que
crucé la calle Progreso sólo, mientras corría para llegar a la "casita del cerro de Juan Mejías". Mi madre aun me
buscaba en la escuela pero el cerrito donde vivíamos , ya estaba atestado de gente huyendo de la
alarma del maremoto. Varias docenas de familias pernoctaron en el cerro, temerosos de que la
falsa alarma se tornara en realidad.
Muchos años más tarde, un simulacro absurdamente
planeado por un director de la Defensa Civil local, provocó un caos con otro alegado maremoto aguadillano.
Volvamos al 1957. Para esta decada, era frecuente ver que estudiantes con excelentes
potenciales de naturaleza académica, carecieran de los recursos económicos necesarios para
proseguir estudios universitarios y se veían forzados a incorporarse de inmediato a la fuerza
laboral del país, ingresar a las fuerzas armadas o trasladarse a los Estados Unidos a realizar faenas agrícolas o de
servicio.
Algunos de estos queridos hermanos que se movieron a los Estado Unidos, hicieron
esfuerzos reales por integrarse al llamado "Melting Pot" norteamericano en una frustrante
convicción de que la ciudadanía que tan "bondadosamente" se nos había forzado a aceptar en el 1917,
fuera todo el requisito necesario para una gloriosa integración al sistema. La mayor parte de
estos queridos hermanos experimentaron la terrible frustración de tener que ubicarse en el "ser o no
ser" de un sector neoyorquino que las ansias de la patria denominaban "El Barrio". Y allí,
castrados por y de la sociedad que les rodeaba, soñar La Patria.
Bajo la indolente realidad de aquel momento, era frecuente ver que, como en el caso de
mi madre, un buen número de nuestros padres era analfabetos o tenía un bajo nivel académico,
y nosotros constituíamos la posible realización de aquellos sueños que ellos no pudieron lograr.
La transformación sufrida por nuestro pueblo por la experiencia de la post-guerra y algunos cambios
políticos que parecían estar tomando forma, estaba creando en la sociedad pobre aguadillana una
expectativa de vida mejor. Ya no se pensaba en las "virtudes" de una familia numerosa para que
ayudaran en la casa o en la finca. Ya se iniciaba en Puerto Rico el surgimiento de una nueva
estrata; la clase media. Esta situación abonaba al deseo de transformar el "yo he pasado" de
nuestros padres a una vida mucho más prometedora para nosotros.
Desde la perspectiva de estos tiempos, el logro de un diploma de escuela superior no es
tan significativo. Pero para nosotros, los "privilegiados"de la década del 50', el miércoles 29 de
mayo de 1957, a partir de las 7 de la noche, fue el momento más importante de nuestras vidas.
Fue la bendita noche de nuestra graduación de la Escuela Superior de Aguadilla. Tan importante
fue que 45 años más tarde, aún logramos reunirnos en número significativo de nosotros,
para conmemorar el evento. Me quedé con la impresión de que el acto más importante de ese día en todo el mundo
fue nuestra graduación. Un estudio que realizáramos de los eventos del mundo en esa
fecha, a mi mejor entender, así lo evidencian. Veamos algunos de ellos:
- Los rebeldes Algerianos asesinaron 336 colaboradores
- Muere el poeta Rumano George Bacovia (Vasiliu), a los 75 años
- Abdica el gobierno del príncipe de Laos, Suvanna Phuma
- Robert Wagner, alcalde de Nueva York en ese momento, indica sus planes de
reunirse con los dueños de los equipos de los Gigantes de Nueva York y los
Dodgers de Brooklyn respecto a la idea de mover esos equipos a la costa oeste de
la nación americana. De hecho, perdió el tiempo, ambos equipos se mudaron
posteriormente..
- Mientras nosotros batallábamos con la rígida disciplina en nuestra Escuela Superior
por el interés de que nos graduáramos, Orval Faubus, gobernador de
Arkansas, había activado la Guardia Nacional del Estado para impedir la
legislación federal recientemente aprobada que ordenaba la integración racial de
las escuelas en Little Rock. Cientos de negros fueron masacrados por las órdenes
de éste "Honorable" funcionario.
NUESTRO CAMPUS
La Escuela Superior de Aguadilla en 1957, estaba dividida en dos planteles: la parte
académica estaba localizada frente al "Callejón del Fuerte", en el edificio que hoy alberga a la
Escuela Dr. Rafael del Valle, y la parte vocacional, en un edificio apenas inaugurado en la
avenida Fernando Yumet (Carretera del Parque Colón).
Realmente, el campus académico de la escuela constaba de varios edificios. La mayor
parte de los salones estaban ubicados en la parte frontal de la escuela, pero existía un edificio en el patio
interior para Economía Doméstica y Comercio, un pequeno efificio a lado izquierdoa de la escuela, que albergaba
la biblioteca, el salón "Corea", justo detrás de la biblioteca.
En el exterior de la escuela había un viejo edificio en madera donde se ofrecían los cursos de Artes Industriales y en el fondo de la estructura estaba
ubicada la "Cafetería" de la escuela.
El eufemismo de "Cafetería" se lo había ganado el comedor escolar gracias a que ofrecía
la leche con chocolatina, "limbers" ocasionales, también de chocolate y algunas variedades en las
recetas de las carnes de la autoría de Laura, la encargada del local. La variedad en las carnes solía
consistir de unas cuantas hojas de culantro, generalmente "cultivadas" silvestremente muy cerca al
desagüe de los fregaderos de la cocina o de un ocasional manojo de ramitas de cilantrillo, atadas
con un cordel, obtenida con los fondos de los "limbers" que eran vendidos para engrosar el
presupuesto de estos "gastos". Muchas veces el cordel que ataba el cilantrillo, terminaba como
premio en una de las bandejas de los comensales.
Aquel pequeño recinto tenía un mesaní o segunda planta interior, para poder albergar a la
totalidad de los comensales que lo usaban, lo que limitaba el ámbito de supervisión de la encargada. La
escalera que daba acceso al mesaní carecía de barreras que limitaran el campo visual de los que ocuparan
la primera planta de la estructura; de ahí que solo se permitiera acceso a los varones a la planta alta, con el obvio desacuerdo
de los "ligones" tradicionales, que por respeto a algunos difuntos, no revelaré sus nombres. Recuerdo muy especialmente
a un difunto "ligón" que diestramente colocaba un pequeño pedazo de espejo en la hendidura de la lengüeta de sus
mocasines "Penny Lockers" para con diestro disimulo observar y divulgar el color de la ropa
íntima de las niñas a las que podía sorprender. Su destreza era tal que fácilmente rivalizaba
con el más diestro capitán de submarino en el uso del periscopio.
Esta poca estratégica realidad del mesaní fomentaba algunas guerras estudiantiles en las
que parte de los alimentos solían usarse a guisa de proyectiles, especialmente en las ocasiones
que servían unas benditas habichuelas blancas cuyo tamaño rivalizaba con el de una almendra
con todo y cáscara y que lo único que se lograba al morderlas era dividirlas en sus dos
cotiledones. Una de estas lides llevó a mi amigo con apodo cabruno ("El Chivo"), a clamar piedad de rodillas y a
lágrima viva ante la omnipotencia del principal de la escuela, Don Benito Cerezo y V&aacuate;zquez, en presencia del
dedo acusador de Laura, la encargada del comedor. No se si la lealtad y el tesón de la encargada, o la frecuencia de los incidentes
en la Cafetería, llevaron a esta admirable mujer a superarse académicamente y terminó sus funciones de servidora
pública como toda una maestra de escuela titulada.
Había también una estructura para la clase de Música y Aeronáutica Civil en el patio
interior y en el lateral colindante con la escuela Carmen Gómez Tejera, existía la vieja
estructura de paredes de roca, ladrillos y argamasa, heredada de un viejo fuerte español que allí
existiera, que daba albergue a la biblioteca de la escuela y el pequeño y caluroso salón
llamado "Corea", que como el Paralelo 38 de su homólogo geográfico, parecía tierra de nadie.
"Corea" era generalmente el salón de iniciación para maestros nuevos y los que allí
tomábamos clases, solo recibíamos visitas ocasionales del dueño del kiosko colindante,Don Manuel Gómez
su esposa Guina o su empleado, más con propósitos bursátiles que piadosos.
Solo tomé una clase en aquel salón y la maestra, que se iniciaba en esas lides en esos tiempos, la entonces Señorita
Aida Varela, quién desde entonces se convirtió en una muy querida amigaba hasta su muerte en 2023.
El funcionario del Kiosko, usaba una vieja gorra de pelotero que parecía haber sido fijada permanentemente a su cabeza.
Aunque apenas tendría unos diecisiete o dieciocho años, era totalmente calvo. Se rumoraba que había padecido fiebre
escarlatina cuando niño y eso le había hecho perder todo lo que se llama pelo. Era un
increíble trabajador, leal a su jefe y atento con la pléyade de bandidos que a eso de las diez de la
mañana gritaban al unísono: "¡Agua de piringa y pastelillo!". Solo una cosa alteraba la serenidad de
éste fiel funcionario: nadie, absolutamente nadie, podía tocar su gorra y mucho menos quitarla de su
cabeza. Aquel que se arriesgara a ello perdía todo derecho a comprar en el kiosko, podía recibir
unas cuantas pedradas junto a recordatorios alusivos a su intención de defecar sobre las
pudibundas partes de la progenitora del atrevido y, si había un cuchillo cerca, podía perder hasta
la vida. Nunca vi a nadie tan atrevido que osara quitarle la gorra al querdio amigo
Muchos años más tarde lo vi, bajo la luz de un poste en la calle Progreso, Biblia en
mano, predicando el Evangelio de Dios y ¡sin sombrero ni gorra! ¡Las cosas que hace el Señor!
La combinación de "agua de piringa con pastelillo" era manjar de dioses para nosotros.
La piringa consistía en un jugo de china concentrado, preparado en proporción de varios galones
de agua por cada cuatro onzas de jugo, prolíficamente endulzado, aceptablemente fresco y
servido en un frágil vaso sanitario en forma de cono, frecuentemente sujeto a accidentes donde el comprador
siempre llevaba la peor parte. El pastelillo consistía de una plantilla de harina de trigo rellena
con una mezcla de carne guisada con abundantes papas y una consistencia pastosa que hacía muy
difícil distinguir los componentes, frita en abundante manteca y saturada con ella.
Regresando a los aspectos académicos, el currículo constaba de varios cursos, a saber:
Curso General, Curso Comercial, Curso Vocacional y Ocupaciones Diversas. Teniamos hasta un curso de aprender a guiar con
automóvil de la escuela y maestro especializado. Muy pocas
escuelas superiores en el Puerto Rico de la época poseían un currículo tan variado, ampliamente
complementado con infinidad de actividades intra-curriculares, que ayudaron a capacitarnos de
manera extraordinaria, pese a las limitaciones de la época.
Para los curiosos, creo prudente indicar algunos de los cursos novedosos que teníamos
disponible en nuestros tiempos, además del currículo normal de escuela superior:
- Arte de Guiar con un vehículo propiedad de la Escuela y un maestro especializado
en ello.
- Apreciación de Música donde el profesor de música nos enseñaba a
disfrutar de la música clásica
- En el ámbito de las matemáticas, el ofrecimiento era muy variado. Se ofrecía
Álgebra elemental, intermedia y superior; Geometría y Trigonometría.
- Aeronáutica Civil
- Inglés enseñado por maestros verdaderamente bilingües y dos profesoras
norteamericanas.
- Hasta 1955 se ofrecían cursos de Francés y Latín. Al retiro del maestro que los
ofrecía, no se pudo reclutar otro.
Las actividades intra-curriculares incluían actividades tales como:
- Teatro con presentaciones de varios clásicos de la literatura mundial
- Coro con una agrupación que obtuvo un segundo premio en competencias
nacionales.
- Patrulla Aérea Civil donde el "Drill Team" de la época obtuvo muchísimos
premios en el ámbito nacional.
- Grupos de Bailes Folclóricos en los que Julie ucós y Genoveva Vega se lucían sus galas
- Equipos deportivos de Baloncesto, Béisbol, Levantamiento de pesas, Pista y
campo, Ping Pong, Voleibol y otras actividades
- Con mucha frecuencia se traían oradores de la comunidad, películas gratuitas de
los clásicos estudiados, a los teatros del pueblo e interpretes musicales de de altísimos niveles profesionales, algunos considerados
virtuosos de ese tiempo.
Gracias a la amplitud del currículo de nuestra escuela, era muy común ver estudiantes
residentes de pueblos circunvecinos matriculados y nuestra clase se honra en haber graduado
estudiantes de Aguada (todo el barrio Espinal, parte de Tablonal y la Central Coloso), Moca,
Isabela y San Sebastián. Otros muchos venían de otros pueblos a tomar los cursos nocturnos o
los de verano.
La Escuela Superior de Aguadilla era la única institución pública de ese nivel en el
pueblo y el estudiantado procedía de todos y cada uno de los quince barrios que constituyen la
ciudad. Era frecuente ver a estudiantes recorrer a pie o en bicicleta todo el ámbito urbano y parte
del rural del pueblo para poder asistir a recibir el pan de la enseñanza.
En esa época pocas familias tenían autos privados y no existían guaguas escolares. La
gente del barrio Palmar llegaba a pie o en la guagua de la línea Varela-Molinary. Los de Coloso
usaban también las guaguas de esa empresa. Los de Borinquen y Camaseyes llegaban en las
guaguas de los Almeyda y Cuevas.
Hacía apenas una década que había terminado la Segunda Guerra Mundial y el Conflicto
de Corea había terminado el 27 de junio de 1953, fecha en que se negociara la paz. Esta
situación permitía que muchos veteranos de ambas guerras, aprovechando los beneficios de
estudios que les otorgaban, se matricularan en nuestra escuela y compartieran sus estudios con
nosotros. Algunos solo interesados en el pago que la Administración de Veteranos les suplía y
otros genuinamente interesados en ampliar sus conocimientos y alcanzar estudios superiores.
Debo reconocer que los primeros cigarrillos que fumé y varias de las "Cuba Libre" que libé
procedieron del "bondadoso" bolsillo de algunos de estos veteranos cuando les llegaba el
"cheque de estudios". Aunque no nos gloriamos por ello, esos eran los únicos vicios a los que
estábamos expuestos en esa época y muchos nos iniciamos en los "cultos" a Baco en el famoso
pasadía del "Día del Árbol", auspiciado por la escuela en el "Cerro de la Bandera", o en los
"Field Days" en el Parque Colón.
Confesamos cándidamente que la mayor parte de las veces que honrábamos a Baco, era
menester "levantar un serrucho" de cinco o diez centavos por cabeza, para que seis o siete
aprendices de bohemio, pudiéramos comprar una caneca de Palo Viejo y distribuirla a razón de
poco más de media onza por abonado y luego fingir o imaginarnos que estábamos borrachos. El
ritual exigía que compráramos chicle Adams si el presupuesto lo permitía, para intentar disimular el "tufo".
Si el presupuesto no alcanzaba, mi primo "Tao", que tenía conocimientos de "calle" superiores a los mios, nos indicaba que
debíamos mascar hojas de guayabo.
Los que vivíamos al sur de la ciudad, nos agradaba utilizar la ruta de la Calle Comercio
para llegar hasta la "High" porque nos permitía atravesar con autorización el territorio prohibido
del "Mondongo". Miradas furtivas a los laberintos que entretejían las casuchas del arrabal
ayudaron a ampliar los conocimientos sobre la anatomía femenina que la escuela no nos suplía.
EL RECINTO
Nuestra escuela estaba regida a manera cuasi militar por el insigne educador aguadillano Don Benito Cerezo V´zquez, asistido
por distiguida esposa Doña Leonor González, que también había sido maestra.
Los cambios de clase tenían que ser cronometrados porque estábamos en un constante e
incomprensible "Plan de Defensa Civil".
Cualquier acto de indisciplina conllevaba un estridente grito de cualquiera de los que
ostentaba alguna autoridad, si eras afortunado. Si no tenías tanta suerte, tendrías que enfrentarte
a otras modalidades como las suspensiones, castigos ejemplarizantes y las cartas a los padres,
que resultaban ser bastante rutinarias.
Aunque parezca raro, el peor de los castigos era la carta a los padres. Esta interrupción de
la rutina de nuestros padres, generalmente producía reacciones en cadena que conllevan
consecuencias de una buena gama de magnitudes. Generalmente, el recibo de la carta generaba
un interrogatorio en el hogar que dejaba corto a un "Third degree" del FBI, el cual iba en
escalada hasta que nuestros padres recibían la justificación necesaria para el primer castigo, que
en casi todas las ocasiones, era de naturaleza física; y eso era solo el inicio. Si la carta
requería una visita a los predios del ilustre director escolar, nuestra vida podía correr peligro.
Había la posibilidad de que uno de nuestros padres hubiese sido discípulo del señor director y
entonces eran dos generaciones las avergonzadas, pero solo una pagaría las consecuencias físicas
por doble ración.
Los que atravesamos en algún momento por una situación de estas, quedamos marcados
para el resto de nuestras vidas en manera tan significativa como las víctimas de Tomás de
Torquemada, el gran inquisidor español. Al igual que a los juzgados por Torquemada, los
arrepentidos del pecado, salvábamos nuestra alma pero no nos podíamos librar del castigo.
LA FACULTAD
La facultad de nuestra escuela la componían una amplia y diversa gama de
profesionales de la época. Debemos recordar que la profesión de maestro, aunque no era bien
remunerada, gozaba de la más alta estima y respeto de la comunidad. Un maestro estaba ubicado
al nivel del cura, del jefe de la policía y del alcalde del pueblo. Si mal no recuerdo, el sueldo del
maestro fluctuaba entre ciento treinta y cinco y ciento cincuenta dólares mensuales. Parece un
sueldo paupérrimo en estos tiempos pero nuestros maestros hacían milagros con él.
Veamos, pues, la composición de la facultad de nuestra escuela:
Administración:
|
Sr. Benito Cerezo Vázquez, Principal
Sra. Leonor González de Cerezo, Principal Asociada
Sr. William Morales, Principal Asociado
Sra. Emérita Echevarría, Consejera
Sr. Herman Reichard - Bibliotecario y Secretario de facultad
Sra. Monserrate R. de Rodríguez, Secretaria
Sra. Monserrate Ferrer, Registradora
|
Facultad de Español:
|
Sra. Carmen Pamies Vda. De Zamora
Sra. Aida Roldán de González
Sr. Tomás Seguí Vadi
Sr. Santos Pérez Avilés
Sr. Héctor González Vázquez
|
Facultad de Inglés:
|
Srta. Julita Pérez
Srta. Idy Teresa Zamora
Srta. María Isabel Rivera
Sra. Ethel Payne
Sra. Evelyn R. Scarborough
Sra. Gladys Vega de Vélez
|
Facultad de Ciencias Sociales:
|
Sra. Carmen Ducós
Sra. Irma Rosa Muñiz de Nazario
Sr. Tomás Seguí
Sra. Aida Varela
|
Facultad de Ciencias Naturales:
|
Sra. Nydia Cordero
Sra. Carmen García de Sanquírico
Sra. Rosario González de Roldán
Sr. Emilio Vargas
|
Facultad de Matemáticas:
|
Srta. Carmen Rodríguez
Srta. Nydia Cordero
Sr. Rubén Pérez
Sr. Emilio Vargas
|
Facultad de Comercio:
|
Srta. Carmen M. Villanueva
Srta. Elisa Olivencia Font
Srta. María del Carmen Esponda
Sra. Tomasita Rodríguez
Sr. Manuel Santiago Rosario
|
Facultad de Economía Doméstica:
|
Sra. Josefina Anglada de Colón |
Facultad de Artes Industriales:
|
Sr. Gilberto Lausell
|
Facultad de Ocupaciones Diversas:
|
Sr. Rubén Abreu
|
|
Facultad de Educación Física:
|
Sr. Luis T. Díaz
|
|
Facultad de Música:
|
Sr. Pablo Fernández Badillo
|
|
Facultad de Costura Doméstica:
|
Sra. Virgilia del Valle de Jaume
|
|
Facultad de Costura Industrial:
|
Sra. Tomasa Galarza
|
|
Facultad de Ebanistería y Carpintería:
|
Sr. Arnold Irizarry
|
|
Facultad de Plomería:
|
Sr. Manuel Navedo
|
|
Facultad de Automecánica:
|
Sr. Víctor J. Colón
|
LOS GRADUADOS
Ninguna escuela superior del distrito de Aguadilla gozaba de la diversidad de cursos de
nuestra Escuela Superior de Aguadilla. Las opciones del estudiante eran increiblemente amplias
si tomamos en consideración las limitaciones de naturaleza económica y otras índoles existentes.
Existían cursos que nos capacitaban para incorporarnos de inmediato al torrente laboral
de la época y otros que nos preparaban para continuar estudios universitarios en las distintas
universidades del país.
A continuación te ofrecemos un amplio listado de los cursos que se ofrecían y los
nombres de los graduados en el glorioso año de 1957:
CURSO DE OCUPACIONES DIVERSAS
Arce Vega, Veneranda
Cestero Medina, Elba
Corchado Ponce, Rosa Julia
Géliga Torres, Jesús A.
Lassalle Vélez, Beatriz |
Morales Alicea, Henry
Pellot Muñiz, Milagros
Román Hernández, Minerva
Soto Ruiz, Monserrate
Vera Ramos, María Mercedes
|
CURSO VOCACIONAL DE OFICIOS
Acevedo álvarez, Alfredo
Barreto Hernández, Gerardo
Barreto Vega, Jesús
Beníquez Torres, Juan A.
Cabán, Gloria Esther
Cortés Figueroa, José
Crespo González, Filomeno
Cordero Gastón Iván
Crespo Méndez Maximino
Duprey Esteves, Félix
Feliú Feliciano, José Manuel
Gerena Roldán, Víctor
González, José Luis
González Ortiz, Beatriz
González Ruiz, Nelson
González Vargas, Ladislao
Hernández Feliú, Pedro
López Ruiz, César
Méndez Crespo, Dominga
Morales Echevarría, Victor
Ortiz Soto, Olga Iris
Pellot Rodríguez, Rafael
|
Pérez Colón Benjamín
Ramos Morales, Candelario
Rivera Loperena, Hipólito
Romero Rodríguez, Clara
Rosa Irizarry, Noel
Ruiz Loperena, Francisco
Sánchez Figueroa, Rufino
Sosa Barreto, Carlos
Soto Rivera, Noel
Talavera González, José
Torres Ugarte, Humberto
Vadi Díaz, Paulina
Valentín Acevedo, Irma
Valle González, Juan José
Vega Nieves, Victorio
Vega Olavarría José R.
Velázquez López, Irene
Villanueva González, ángel
Villanueva Polanco, José Luis
Villanueva González, José A.
Villanueva Vargas, Anastasio
|
CURSO COMERCIAL
Acevedo Torres, Luis Miguel
Andino Matos, Norma Iris
Arce Fantauzzi, José
Badillo Pérez, Rubén
Blás López, Bernardino
Blás Ramos, Víctor
Bosques Solo, Josefina
Candelaria Correa, Carmen
Cardona González, Teodoro
Colón Colón, Juan Antonio
Cordero Avilés Emérita
Cordero Cordero, Ada Nilda
Cortés Cruz, José William
Del Valle Vélez Héctor
Delgado Jiménez, Moisés
Díaz Cortés, Eladio
Dómenech González, Aurora
Espinosa Rosa, Elba Nydia
Esponda Flores, Carmen Lydia
Fantauzzi Acevedo, Fe Esperanza
Feliciano Bonilla, Avelino
Feliú Feliciano, Pedro
Flores Mercado, Juan
Gerena Hernández, Carmen V.
González López, Natividad
González Torres, Luis
Hernández Acevedo, Adriana
Hernández González, Luis A.
Lassalle Bosques, Gloria
Lassalle Hernández, Beatriz
López Arce, Egdunio
López García, Efrén
López López, Jorge
|
López Tellado, Nellie Estrella
Maisonave Hernández, Héctor
Maldonado Moya, Emilio
Marcial Cortés Jaime
Medina Roldán, Juanita
Medina Velázquez, Roberto
Méndez Cabán, Lorenzo
Morales Sapia, Reyes Belén
Morales Ugarte, Doris
Muñiz Torres, José E.
Oquendo González, Carmen A.
Orengo Irizarry, Rafaela
Peña Villanueva, Idalia
Pérez Lorenzo, Gladys M.
Rodríguez Jiménez, Ada N.
Rodríguez Villanueva, Victor
Román Vargas, Julianita
Rosa Rosa, Juan Bautista
Rosa Villanueva. Felícita
Ruiz Guzmán, Sara Margarita
Ruiz Rosa, Teresa Esther
Santiago Martínez, Héctor
Sosa Ramírez, Joaquín
Torres Cordero, Juan
Vargas Pérez, José
Velázquez, Carmen Ada
Vélez Muñiz, Ana Julia
Vera Delgado, Amelia
Villanueva Bonilla, Rosita
Villanueva Bonilla, Tomás
Villanueva Laguer, Andrés
Villanueva Rivera, Elba
Villanueva Rivera, Teodora
|
CURSO GENERAL
Alfaro Bonilla, Carlos
Alfaro Román Leonor
Almeyda Cortés, Ernesto
Almeyda Cortes, Francisco
Aponte Pérez, Dionisio
Arocho Laruy, Carmen
Arroyo Feliciano, Miguel A.
Arvelo Pérez, Carmen Rosa
Avilés Esponda, Eddie Nelson
Ayala Pérez, Juan B.
Badillo Barreto, Lydia Esther
Barreto Lugo, Luis R.
Blás López, Manuel
Cabán Feliciano, Carmen
Capella González, Ramonita
Cardona Delgado, Carmen
Cardona Galarza, Nery
Cebollero Vargas, Pedro
Cerezo Cubero, Irma Iris
Cerezo Figueroa, Delia
Colón Ramírez, Ruth Delia
Colón Santos, Héctor
Cortés Rodríguez, Elsie
Crespo Méndez, Maximino
Cruz Negrón, Fernando
Cubero Santiago, Gilberto
Díaz Román, Ramón Antonio
Dómenech, Adrián
Ferrer Díaz, Ada Lidia
Figueroa Morales, María del Socorro
Flores Mercado, Juan
Galarza Gutiérrez, Wilfredo
Gandarillas Hernández, Eva N.
Géigel Hernández, Amanda
Gerena Roldán, Alfredo
Gil de Rubio, Eva
Gómez Almeyda, Gladys Esther
Gómez Almeyda, Joaquín William
González Acevedo, Cecilia
González Cruz, Milagros
González Estela, Eduardo
González Pérez, Noelia
González Vázquez, Carlos
Grafals Badillo, Anselmo
Grajales Carbonell, Elisa M.
Grajales González, María E.
Hernández Acevedo, Adriana
Hernández Hernández, Teodoro
Hernández Muñiz, Matilde
Hernández Vega, Amelia
Jiménez Santiago, Wenceslao
Lassalle Méndez, Paula
Loperena Talavera, Carlos José
López Aguiar, Gladys
López Esteves, Estela
López Hernández, Carmen Elvira
Lorenzo Hernández, Benjamín
Maisonet Javier, Gregorio
Martínez álvarez, Alejandrina
Martínez Medina, Antonia
Medina Cordero, Luz Eneida
|
Medina Hernández, Héctor M.
Medina Ortiz, Armando
Medina Rodríguez, Juan 0.
Milán Almeyda, Irma Dolly
Millayes Nieves, Luis ángel
Montalvo Padín, Hilda Nélida
Montalvo Rousset, Héctor
Morales Andiarena, Carmen
Morales Rosado, Samuel A.
Negrón Molinary, Marta
Nieves Natal, Fernando
Nieves Núñez, Eduviges
Nieves Torres, Felícita
Ocasio Vélez Victorio
Pellot Pellot, Eva Lydia
Pérez Hidalgo, Cristina
Pérez Román, Juan
Pérez Torres, Carlos Manuel
Polanco Alfaro, Angela
Prieto Almeyda, Lydia Esther
Ríos Martínez Felícita
Ríos Quiñones, Felícita
Ríos Vázquez, Caridad
Rivera Cabán, Alba Luz
Rivera Hernández, Francisco
Rivera Ramos, Angelina
Rodríguez Almeyda, Carmen
Roldán Alma, Antonio
Roldán Pérez, Enrique
Román Grafals, Luz Mirta
Román Hernández, Minerva
Román Mangomet, Ana María
Romero, Hipólito
Rosa Sosa, ángel Luis
Rosa Villanueva, Acisclo A.
Rosario Berteen, ángel L.
Santiago Martínez, Judith
Santos Colón, Irma
Segundo González, Iván
Seín Lorenzo, Amelia
Sosa Cortés, Teodosia
Sosa Ramírez, Antonio
Soto Badillo, Antonio
Soto Barreto, Leonor
Soto Méndez, Ovidio
Sud Hernández, Felícita
Torres Cajigas, Rafael
Torres Feliciano, José Antonio
Torres Marrero, María Cristina
Ugarte, Carmen G.
Vadi Javier, Rosa M.
Varela Rivera, Julia A.
Vargas Méndez, Mabel
Vázquez Rodríguez, Heriberto
Vega Feliú, Carmen M.
Vega Soto, Idalia
Vélez Luciano, Pedro Jaime
Vera Ramos, Luisa A.
Vidal Echevarría, Carlos T.
Zea Delgado, Delfina
|
Había la creencia en toda la escuela, que solo los estudiantes de Curso General, podían
ingresar a las universidades del pais. De ahí que inclusive, algunos de los que nos íbamos a graduar
de otros cursos, no se nos entregaran solicitudes de exámenes para ingreso a las universidades. Precisamente yo fui uno de
ellos pero, me valí de algunos trucos para conseguir una solicitud y someterla a través de un amigo.
Tan absurdo era el asunto que yo obtuve la segunda nota más alta de la escuela en el "College Board
Examination", y los que administraron el examen nos indicaron que el único requisito para tomar el mismo era poseer un diploma
de Escuela Superior". Luego las universidades observarían los promedios académicos de graduación de escuela
superior para decidir si nos admitían o no en una u otra facultad. No tuve ninguna dificultad para ingresar y graduarme de la
Universidad de Puerto Rico com un bachillerato en Administración Comercial con concentración en Finanzas.
Lo importante fue que en ese año, se graduaron ciento veintidos estudiantes del Curso General,
sesenta y siete mujeresa y cincuenta y cinco varones. Se comenzó a notar como las mujeres iniciaban su marcha hacia la
superación. Algo que, con muchísimas dificultades, han venido alcanzando hasta el presente. Nuestro anhelo es
que continúen la marcha.
LAS COMUNICACIONES
Las comunicaciones iterestudiantiles estaban muy reglamentadas en la escuela superior de nuestra época. Dos personas hablando en el patio interior de la escuela era tomado csi como una
reunión no autorizada. Tres personas en la misma actividad, era tomado como un motín. El patio
interior era para transitar o esperar el sonido del timbre de entrada a clases. Nadie podía
permanecer en horario escolar en ningún lugar del patio. Cada momento libre del estudiante
debía ser dedicado a alguna actividad productiva. Solo podíamos disfrutar de algún
esparcimiento libre en los períodos previos al toque de los timbres de entrada a clases y en los
horarios de recreo previamente establecidos.
Los noviazgos estaban terriblemente supervisados, salvo autorización escrita de todos
los padres concernidos, pero condicionado a los estrictos criterios del señor director para este tipo
de relación. Un beso inocente en la mejilla podía tener iguales consecuencias que un intento de
violación.
Las visitas de personas ajenas a la institución estaban absolutamente prohibidas y toda
relación con el mundo exterior tenía que ser autorizada por la dirección.
Toda reunión o actividad tenía que ser coordinada y autorizada por la oficina y el director o su ayudante,
se reservaban el derecho de autorizarla, supervisarla o formar parte de ella.
ÁMBITO DE AUTORIDAD
La autoridad de los directores trascendía los límites físicos de la escuela, y se tomaba como algo
perfectamente natural, que en el momento que ellos consideraran necesario, invadieran
los predios de un salón billar justo al frente de la institución, y realizaran "arrestos civiles" a todo estudiante allí
encontrado, para ser luego "encarcelado" y puestos bajo la custodia del bibliotecario que fungía
de carcelero, quien, como parte de la administración, incrementaba nuestro padecer refiriéndose a
nosotros, por lo bajo, con epítetos enfáticos impublicables que no guardaban ni un asomo de
relación con la cardenalicia expresión de su rostro.
Como habrán observado, Solo una persona compartía autoridad con el Director, su señora esposa y Principal
Asociada. Allí no había tribunal apelativo. El que se buscaba un problema con la Directora Asociada,
lo tenía en forma automática con el director. Si eras santo de la devoción de uno, el otro te toleraba.
Había quienes decían por lo bajo que el verdadero poder en la escuela era la Diractora Asociada.
Se rumoraba que muchos bajaban su nivel de hostilidad hacia los principales
desquitándose con el retoño de la familia. Me han dicho que éste era víctima de maldades y agresiones verbales (alegan que hasta físicas)
en ocasionales en que éste visitaba la escuela.
EL DON DE OMNIPRESENCIA
En aquella época, creíamos que los directores habían sido investido con el don de la
omnipresencia. De manera inexplicable, se nos aparecía de la nada y sorprendía aún a los más avezados, aún en las más
sutiles de las violaciones del estricto canon de comportamiento escolar al que estábamos sometidos. Hasta los maestros temían ser sorprendidos en pecado.
Un poco tarde descubrimos que gran parte de su don de omnipresencia de los directodares estaba sustentado por un bendito sistema de "Intercom" que comunicaba
a cada salón con la oficina y que al principio creíamos que solo permitía comunicación unilateral. Demasiado tarde para algunos, descubrimos que el
distinguido director, acostumbraba "monitorear" las clases mediante este endemoniado artefacto, que se había
obtenido como excedente militar de la Base Aérea Ramey. Existía también un pequeño grupo de "Quinta Columnistas", maestros y estudiantes "cooperadores",
que complementaban la eficiencia del bendito "Intercom". El único salón desprovisto de "Intercom" era el de Educación Física. Posiblemente a eso se
debiera la forma más libre y espontánea usada por maestro de esa disciplina al referirse a las autoridades escolares.
LA SAGACIDAD DEL VIGILADO
Quien no haya vivido bajo un régimen como el que se ha señalado puede pensar que las
violaciones al mismo eran inexistentes. Sin embargo, para ser totalmente honesto, tengo que
confesarles que gracias a ese mismo sistema, mi generación desarrolló una pléyade de recursos de supervivencia,
que no solo nos ayudaron a violar con alguna impunidad la mayoría de los
reglamentos del insigne director. También pudimos desarrollar estrategias que luego nos sirvieron
en la vida universitaria y en el mundo.
La actividad intra curricular más estrictamente vigilada eran los noviazgos. Sin embargo,
no hubo un solo año en que la cigüeña no visitara a alguna de las discípulas, luego de un encargo
hecho en algún recóndito recinto de nuestro centro docente.
Profesores dotados de especiales talentos también lograban burlar con algún grado de
impunidad el castrense régimen imperante. Merece mención especial nuestro querido profesor
de Educación Física.
Si fuésemos a seleccionar el personaje más pintoresco de nuestra escuela, élse llevaba a su más cercano oponente por la clásica milla.
Me parece estarlo viendo; era de estatura relativamente baja, un poco regordete, con la barriga típica del puertorriqueño acostumbrado al uso de bebidas alcohólicas
y a las comidas típicas del país, una correa de cuero apenas visible bajo la protuberante barriga, piel color acanelada, una eterna boina cubriendo su pelo canoso ensortijado
y disimulando la soriasis que bordeaba la colindancia del cuello y la
espalda. Tenía también la característica "nalga trepada" de muchos de los miembros de mi raza (a mi me eximieron de ese requisito) y una sonrisa de apariencia cordial
y amistosa que podía ser
genuina o fingida, pero el que la recibía no podía distinguir la diferencia. Su sonrisa siempre iba
acompañada de un efusivo saludo amistoso. Si era genuina, la sonrisa perduraba, aún cuando ya la persona
a la que se la había prodigado hubiese desaparecido de su vista. Si era fingida, tan pronto la
persona desaparecía de su vista, la sonrisa se tornaba en una mueca en la que el lado izquierdo de
su boca se levantaba más que el derecho y de inmediato mascullaba por lo bajo: "Vay'se pal carajo...".
Nuestro aludido fue pelotero, maestro, atleta de pista y campo, músico, orador, "despedidor
oficial" de duelos fúnebres en entierros de pobres, candidato a alcalde, amigo de todos, cocinero,
y experto en profusas libaciones de bebidas espirituosas.
Para él no era fácil burlar el sistema y satisfacer sus
inclinaciónes por los destiladosde la Caña de
Azúcar. Y es que, hacerlo solo, era tarea imposible. Utilizando el acopio de recursos alcanzados en "La Ñamera"
y sus colindancias, desarrolló un sistema infalible y difícil de detectar, salvo para los que
aspiraban hacerse partícipes del mismo.
El ojo avizor desarrollado en los linderos del "Mondongo", le permitía a este dotado profesor, identificar
en las primeras semanas de clase, a los estudiantes adecuados para las tareas especiales que el
sistema desarrollado exigiría de ellos. El escogido debía tener conocimientos del mundo a escala
superior a los demás; destrezas histriónicas, bajo promedio académico y saber andar, o más bien correr,
en bicicleta. En términos geográficos, el escogido tenía que saber llegar a la fonda "El Gato Negro" con los ojos vendados, aún montado en bicicleta.
En 1957, este privilegio recayó en un amigo mio del barrio Tablonal de Aguada, quien, por sus características tan especiales, le robó el puesto a uno de los
nuestros, a pesar de ser estudiante de tercer año.
Nuestro querido maestro tenía un "ajuste" en "El Gato Negro", para que le suplieran alimentos a
crédito. Mediante arreglo previo, a eso de las tres de la tarde, a la hora de salida de sus clases, a
él le entraba una "jaqueca" de café y el elegido recibía la instrucción codificada del profesor, que consistía en un enérgico
llamado con aquel vozarrón inconfundible: "Layo, traéme café del Gato Negro". El leal mensajero tomaba un viejo "Termo" que yacía sobre
el escritorio del insigne maestro, y usando la desvencijada bicicleta del querido pedagogo, emprendía veloz carrera al cumplimiento de su misión.
El empleado del fonducho, procedía entonces a escanciar una buena ración del líquido espirituoso denominado "Palo Viejo" en el mohoso "Termo"
con el que ilustre profesor habría de saciar su jaqueca por café. Si existían sospechas de que algún entremetido estuviese interesado
en analizar el contenido del "Termo", se solía instruir al leal dependiente a los fines de que añadiera un leve "toquecito" de la infusión del cafeto
al destilado para desvirtuar su apariencia e intentar disimular en alguna medida los efluvios.
El escogido podía recibir en premio excusas de exámenes, algunos puntos faltantes para
subir el promedio, y a riesgo de perder tan alta comisión, podía hacerse copartícipe anónimo de la libación. El amigo de Tablonal, en múltiples
ocasiones, redujo los niveles del líquido contenido en el "Termo" y no precisamente por evaporación. Gracias a la valiosa intrepidez de este capacitado estudiante (QEPD), hoy podemos
testimoniar las "virtudes"de ese sistema.
UN CASTIGO EJEMPLAR
Naturalmente, la sagacidad de nuestro Director, reducía terriblemente los episodios exitosos
de nuestras andanzas.
Mi generación practicó el arte del "grafitti" pero principalmente de modo literario y no
gráfico. Nuestras primeras expresiones de este maravilloso arte fueron realizadas en los baños de
la escuela.
En cierta ocasión, haciendo galas de sus destrezas, un tal amigo apodado con el nombre de un pez cuyo nomre científico es "Aplochiton taeniatus", escribió en una de las
paredes de un baño la frase "Aquí cagó "Aplochiton taeniatus". Instigado por tal osadía, un colega de "Aplochiton taeniatus" conocido por un apodo relacionado
con los Caprinos, también cagó en el mismo y escribió otro grafitti que leía: "Aquí cagó el Caprino y se le caga en la madre a Aplochiton taeniatus"
Valientes pero ignorantes, estos talentosos artistas desconocían que el Señor director,
quien inspeccionaba cuidadosamente los baños en sus recorridos por el recinto, había
desarrollado una base de datos informativos sobre todos los apodos, malos-nombres y
seudónimos usados en la escuela e identificar a los autores del despliegue artístico tomó apenas unos minutos.
No fue sorpresa para nadie, ver a la mañana siguiente a los cotizados artistas, Aplochiton taeniatus
y el Caprino, luciendo elegantes tocados de fundas de papel, pintura y brocha en mano, encargándose
de pintar todas las paredes de todos los baños de la escuela.
EN PLANES DE DEFENSA CIVIL
El período de nuestros estudios de escuela superior marcó el peor momento de la llamada
Guerra Fría, que se había iniciado en el 1945 con la firma del Armisticio. El militarismo rodeaba
cada quehacer de nuestras vidas. Nuestros vecinos eran soldados estacionados en la Base
Ramey. Algunas de nuestras maestras eran esposas de esos soldados. Los bombarderos militares
B-36 cruzaban con impunidad nuestros cielos y nuestros ciudadanos eran expropiados de
nuestros barrios para dar cabida a pistas de aterrizajes para aviones más grandes.
Un arsenal de material nuclear se escondía en nuestros suelos y nuestras mejores playas
nos estaban vedadas o contaminadas con combustibles traídos en grandes tanqueros y
transportados por tuberías bajo nuestros suelos.
Se nos contaminó con un racismo práctico que nacía en una base militar con barracas y
viviendas segregadas racialmente. Era tan insostenible el racismo en la base que la mayoría de
los militares negros preferían vivir en el pueblo donde reinaba un ambiente de mayor aceptación,
pese a las barreras lingüísticas.
Una tía de uno de los profesores de nuestra escuela, que también era maestra de profesión, convirtió el caserón donde vivía en la calle Progreso,
en el hospedaje de "los santomeños", el epíteto bajo el cual nuestro pueblo bautizó a los militares afroamericanos que se refugiaron entre nosotros.
Por este providencial evento, tuvimos en nuestra escuela como maestras y companeros de estudio afroamericanos. Teniamos una companera afroamericana que
residía la calle Progreso. Su madre, que era costurera, había colocado un burdo cartel que leía "Aki Kocer", refiriendose a los servicios que prestaba.
Nuestras mujeres eran humilladas por soldados borrachos en nuestras calles y la
prostitución arropaba cada sector de nuestro pueblo, aún cuando de manera solapada se mantenía una "Zona Rosa" en el barrio urbano "El Mondongo",
condonada por todas las autoridades.
Existían en Aguadilla y sus barrios unas cuarenta barras para "solaz" de los "sacrificados"
militares.
El Centro de Epidemiología del pueblo, dedicaba las mañanas de los jueves a examinar a
las prostitutas y expedirles certificados de Salud, los cuales ellas ostentaban orgullosas,
enmarcados en cuadros con cristal, mostrándolos a los potenciales clientes. Nunca
comprendimos en aquella época como se podía expedir un permiso para una actividad a todas
luces considerada ilegal.
La nómina de la Base Ramey se efectuaba en la sucursal de banco comercial, localizada en
una de las esquinas de la Plaza. Una vez al mes llegaba al pueblo un contingente militar con
armas largas y se apoderaba de los alrededores de la plaza. Ningún automóvil podía circular la periferia y todo ser humano era
observado de manera amenazante. Entraban al banco y nadie
más podía hacerlo hasta que se les entregaba la consabida remesa y partían dejando atónitos a los visitantes del pueblo no acostumbrados al evento.
La Escuela Superior de Aguadilla recibía y prodigaba los influjos del sistema imperante.
Los cartelones con rutas de desalojo trazadas, adornaban cada pared del recinto. El
Director de la Defensa Civil municipal, era invitado perpetuo de la escuela y no
pasaba un mes sin que nos endilgara una de sus tediosas charlas sobre refugios nucleares y la ruta
de escape hacia Lares. No recuerdo que este dedicado funcionario jamás nos hablara de
temporales o terremotos, que a todas luces, eran las eventualidades más probables según nuestra
historia. En 1918 habíamos sufrido un terremoto y maremoto y nosotros habíamos visto nuestro
primer temporal en agosto de 1956, Santa Clara.
Con intolerante periodicidad se nos sometía a las penurias de simulacros de ataques
nucleares, bombardeos y fuegos, donde el Jefe de Bomberos, hacia galas
de los conocimientos recientemente adquiridos en algún improvisado seminario en San Juan.
El director de nuestra escuela exigía que cada cambio de clase fuese realizado bajo estrictas normas
militares. Todo profesor que estuviese disponible tenía que convertirse en sargento mayor para
acompañar con sus "estimulantes" gritos e instrucciones al cuasi-militar director que no había
sido ni Boy Scout. Nosotros, literalmente, corríamos a nuestros salones y en minutos, los
pasillos de la escuela estaban totalmente desiertos.
El profesor de Educación Física generalmente tenía una carga estudiantil reducida. En ocasiones sus clases
albergaban a estudiantes de los tres años de escuela superior y aún así, apenan contaban con
quince o veinte estudiantes. Esto hacía que el ilustre profesor estuviera regularmente disponible
a la hora del reclutamiento de sargentos mayores para los cambios de clase, salvo cuando se
acercaba la fecha de los "Field Days" y su cátedra se trasladaba al Parque Colón.
El reclutamiento se realizaba en el mismo momento del cambio de clases y el ojo atento
del director casi siempre captaba la inconfundible figura del profesor de Educación Física, que sigilosamente intentaba
escabullirse hacia la seguridad de sus predios. De inmediato se escuchaba el sentencioso
vozarrón que compelía al aludido al celoso cumplimiento del deber; "Profesor, ayúdeme en este cambio de clases". El aludido ex-atleta contestaba con voz igualmente
impresionante y a todo
pulmón: "¡Sí Señor director, con todo el gusto!". Por lo bajo, se escuchaba acuando murmuraba: "¡Vay'se pa'l carajo, viejo pendejo!"
EL VECINDARIO
El vecindario que rodeaba a la escuela tenía una variada composición. El extremo
posterior de la escuela colindaba con unas cuantas casitas de pescadores al fondo un pequeño
acantilado contra el cual batía el mar en los meses de bravata. Algunos alegaban que habían
visto a uno que otro pescador en comprometedoras actividades con sus señoras en las
descuidadas casitas del arrabal.
Al lateral derecho estaba la escuela Carmen Gómez Tejera. Un amplio camino
desprovisto de pavimentación trazaba las fronteras entre ambas escuelas. Este camino daba
acceso a la playa y a la zona de pesca del área. El lado izquierdo y el frontal colindaba con la
calle, con sus negocios y residencias.
Justo frente a la escuela, al lado opuesto de la calle, estaba la Funeraria Javariz, cuyos
dueños siempre fueron excelentes colaboradores de las actividades de la escuela. Al lado de la
funeraria estaba un "School Supply", el negocio de un viejito de cara bonachona pero de
espuelas más afiladas que las de un gallo de pelea en los negocios. Al lado, una tienda de sabroso helados, principalmente
barquillas de mantecados y Skimo Pies, que eran unas bolas de mantecado sujetas a un paleta y recubiertas de chocolate.
Se complementaba el área con un salón de Billar y una estación de gasolina.
Justo a la entrada del Callejón del Fuerte estaba el negocio del papá de un muy querido amigo ya fallecido, que
vendía los mejores rellenos de papas de la historia aguadillana. Muy cerca estaban los almacenes Villanueva y otros negocios
que no tenían mayor importancia para nuestras necesidades de la época.
Para la mayoría de los vecinos, nosotros éramos invisibles, hasta tanto alguna de nuestras
maldades afectara la serenidad natural de aquellos tiempos.
Estábamos ubicados entre el Parterre y el Cementerio. Ambos lugares tenían su particular
idiosincrasia y místico interés. A mi me impresionaban las estatuas representativas de las
estaciones del año que había en el Parterre y los "leones" que a veces saciaban nuestra sed en ruta
de la escuela a nuestras casas.
El cementerio nos producía algún curioso temor y muchas veces nos acercábamos al
santo lugar a "estudiar" la estructura del panteón de los Masones y mirar con curiosidad la
estatua acostada del hijo del que había sido Jefe de Policía en nuestro pueblo. Esa estatua había sido esculpida por
nuestro admirado escultor residente en la calle Progreso, que frecuente fungía como
conferenciante de nuestra escuela. Aún recuerdo los versos del epitafio de la estatua acostada: "Me acosté a descansar
tranquilamente, arrullado por el mar eternamente".
No había una semana en que no viéramos desfilar un sepelio frente a nuestra escuela. En
esa época la mayoría de los difuntos eran cargados en "andas" a pie y los ataúdes estaban
recubiertos de un tétrico tejido color violeta que impresionaba aún a aquellos poseedores de
sólidas convicciones cristianas.
Recuerdo una ocasión en que saliendo de la escuela a eso de las tres de la tarde, nos
tropezamos con uno de estos desfiles fúnebres. La pandilla de la Progreso abajo, que salíamos en
ese momento por el portón frontal acompañados de nuestro profesor de Educación Física con su adefesio de bicicleta en mano; detuvimos reverentemente el paso.
El amado profesor tenía la costumbre de inquirir sobre cada muerto de cada entierro que
por allí pasaba. Procedió a preguntar a uno de los dolientes y descubrió que el difunto era
pariente de un conocido suyo. Tomó información de otros pormenores y mirándome fijamente a
los ojos, me indicó: "Pariente, toma estos cinco centavos y dile (al viejito del "School Supply") que me mande un
pañuelo negro". Corrí a cumplir con la encomienda. El anciano dormitaba sobre un periódico. Entre
dormido y despierto escuchó mi petición y de momento, recobró la totalidad de los sentidos y me preguntó: "¿Para quien es ese pañuelo? ".
Con más respeto del que se merecía le dije: "Para el profesor de Educación Física". Se detuvo, vaciló unos segundos y luego rebuscó entre unos viejos
mapas hasta encontrar un pañuelo obscuro, desteñido por el sol y planchado por el tiempo. Tomó los cinco centavos, me entregó el pañuelo y
sentenció: "Dile al maestro que todavía me debe cinco centavos del pañuelo anterior que le vendí que era de diez centavos".
La encomienda del anciano no la cumplí. Entregué el pañuelo al profesor y éste, sin darme las gracias, montó en la bicicleta y partió raudo
hasta el camposanto . A los pocos minutos, parado a la cabeza del féretro, secando invisibles lágrimas con el negro pañuelo, peroraba diciendo:
"Este vetusto camposanto aguadillano, se desborda en derrame de luz y de colores, para acoger con beneplácito divino, el alma de ....".
Esta introducción a la tradicional despedida de duelo del profesor, variaba a tono con las
condiciones climatológicas. Si el día era lluvioso, la introducción se iniciaba diciendo: "Este
vetusto camposanto aguadillano, derrama lágrimas de dolor ante la partida de....".
EL CERRO DE LA BANDERA
Existe en la cordillera Jaicoa en Aguadilla, un monte de razonable altura, pese a su cercanía al mar. Herido en su costado por la lanza de ambiciosos
inversionistas, aún se yergue orgulloso de su historia al lado derecho posterior del Aguadilla Mall. Los muchachos residentes del Barrio Higüey,
realizábamos periódicas excursiones a esa preciosa atalaya, desde donde nos embelesábamos contemplando la hermosura de la "herradura cuyo centro
es la bahía, colocada como un arco al disparar...". Desde allí observábamos aquella "ciudad de roja tierra caliente, embelesada bajo una fuente,
donde el hocico de la montaña, baja hasta el mar y en el se baña". Múltiples ocaciones subimos e "íbamos a jugar a ... las cometas, como se dice
en castellano viejo". Pero la mayor parte de las veces subíamos porque amábamos el bendito lugar.
En la cúspide del monte existía una base en cemento con una inscripción referente a la
cordillera Jaicoa y sujeta por esa base, un asta de bandera en la que por unos meses, flotaba la
enseña de nuestra escuela.
Detrás del hermoso monte había un amplio valle, pletórico de árboles frutales, que
parecían haber sido socializados, ya que el real o imaginario dueño de los terrenos, un tal Míster Esprívalo.
jamás reclamó propiedad sobre nada de lo que allí crecía.
El director de nuestra Escuela Superior poseía una inusitada conciencia ecológica para esa época. Todavía Puerto Rico apenas tenía
dos millones de habitantes y pensábamos que teníamos tierra suficiente para desperdiciar y pocos tenían conciencia de que preservar la naturaleza
era una necesidad real. Nuestro director era una de esas gloriosas excepciones y hacia galas de su virtud.
Para el mes de mayo, se celebraba en Puerto Rico el día del Árbol y la escuela llevaba a
cabo un pasadía estudiantil que se iniciaba con una caminata hasta el famoso Cerro de la
Bandera. Era una experiencia maravillosa ver a toda una escuela urbana, marchar en caravana
pedestre hacia el bendito cerro, en un inusitado ambiente de confraternidad íntima que no nos era
permitido en las aulas del recinto.
Como estábamos acostumbrados a recorrer los cerros de Aguadilla, generalmente
tomábamos la delantera en la caravana, junto a mi primo y mi amigo con apodo cabruno. Para sorpresa nuestra, cuando arribábamos al valle que
precedía a la cima del monte, ya nuestro maestro de Educación Física, había montado una improvisada cocina con piedras y leña de los
alrededores, sobre las que descansaban varios latones de agua a punto de hervir. El séquito de
atletas y mensajeros del profesorse encargaba de pelar un saco de viandas que habían subido al
valle, junto a otras que habían sido "confiscadas" en las talas y conucos colindantes, y las iban
echando en los latones, alternadas con "pejes" de bacalao, que proveían sazón y acompañamiento a las viandas.
El "Termo" del maestro no estaba pero se percibía la presencia de su contenido habitual.
Las artes culinarias del maestro eran ejercidas a los acordes de aquella consabida copla de la
"Ñamera" que decía, "Cogieron al chivo, sí señor, y se lo comieron... cogieron al chivo, cómo no, y a mi no me dieron..",
mientras sonriendo mostraba su distintivo diente de oro, producto del arte ortodoncista del técnico dental del barrio, pariente cercano de una de nuestras maestras de Espanol.
Nunca disfruté de los manjares que se cocinaron en el Cerro de la Bandera y es algo que siempre he lamentado.
La sensación de libertad que nos daba el monte, aún cuando la presencia física o esotérica del director se percibía, nos impulsaba a realizar
cosas que no hubiésemos soñado hacer en el campus de la escuela o sus alrededores. Fueron muchos los que fumaron su primer Chesterfield, libaron su primer "trancazo"
de Palo Viejo y dieron o recibieron su primer beso en aquel monte. Por lo menos una de las muchachas, ampliando el ámbito de exploración que el
monte ofrecía, perdía su atesorada virginidad en aquel lugar. Se rumoraba por lo bajo en la
escuela que tres patrióticas hermanas perdieron su tesoro en tres años consecutivos en el monte.
En el monte nunca vimos ni extrañamos drogas, peleas, discordias o disensiones. He
soñado con regresar al bendito monte y ver la base del asta de la bandera con su inscripción. Se
necesitaría un helicóptero para ello; los inversionistas de mi pueblo, con el consentimiento de
aquellos llamados a protegerlo, mutilaron la vereda que daba acceso a la cima, de tal manera que
hasta una supuesta adivinadora del país predijo el derrumbamiento del centro comercial que
ubicaron en la base del monte.
LAS NOCHES DEL 57
Las finanzas del estudiante promedio de escuela superior de los años cincuentas guardaba
estrecha relación con las de nuestros padres y con las del país. Solo unos pocos afortunados
podía tener un par de pesos en el bolsillo y no con mucha frecuencia. Los mecanismos para
obtener fondos eran variados e imaginativos. Con mucha suerte, podíamos obtener de nuestros
padres, unos treinta o cuarenta centavos por fin de semana para ir al cine o de lo contrario,
teníamos que limitar nuestras andadas a la eterna tertulia de la plaza o la ronda del Tamarindo
hasta la Victoria.
Las citas con las potenciales novias se limitaban a un encuentro furtivo en la farmacia ubicada frente a la plaza pública,
una leche batida compartida en una de las Fuentes de Soda que circundaban la plaza y un temeroso compartir en un banco de la plaza.
En algunas ocasiones, si el presupuesto lo permitía, invitábamos a la amiga al cine, y rogábamos que se
limitara a antojarse de una caja de cliklets para evitarnos la vergüenza de no poder complacerla.
La complicación de una novia nos obligaba a valernos de los más variados trucos para
nutrir nuestras finanzas. Entre las tareas remunerativas que ejercíamos recuerdo las siguientes:
- Pasábamos el poco tiempo disponible que la escuela nos permitía robando cocos
en las fincas de la Victoria, el Parque Colón y el Espinar. Luego procedíamos a
pelarlos y venderlos a centavo cada uno a la fábrica de Limbers que ensos tiempos existía en el barrio.
- Recogíamos botellas, plomo y cobre para venderlos al papá de uno de los peloteros de nuestro equipo de Beisbol AA, el primer
reciclador de Aguadilla., localizado en La Ñamera, justo al lado del antiguo
Matadero Municipal. Para obtener el plomo, le metíamos fuego a unos carros
viejos en el único Junker cercano al "CaCacula" en la Calle Progreso y cuando el carro se
enfriaba, recogíamos el plomo del piso. En esa época no existía el "Bondo" y los
hojalateros usaban plomo para rellenar las abolladuras de los autos chocados.
¡Dios bendiga a esos hojalateros!
- Ayudábamos a halar chinchorros en la playa y con suerte, nos obsequiaban un pez
que vendíamos por quince o veinte centavos.
- Hacíamos trampas para pescar jueyes y cuando lográbamos acumular una docena,
la vendíamos por tres o cuatro pesos. Hubo un período en que cambiamos los
jueyes por sapos. A través del Scout Master de mi Tropa de Scouts que también gerenciaba la oficina local de Puertorican Express,
nos enteramos de un proyecto de una universidad
americana que necesitaba sapos machos para sus experimentos. Obteníamos
veinticinco centavos por cada sapo macho y ellos pagaban el franqueo.
Aprendimos a identificar a los sapos machos mediante una llamada que hiciéramos a la persona encargada del proyecto en el inglés que nos enseñaron en
nuestra escuela superior. El truco residía en apretar el hueso dorsal del batracio y si croaba, era macho. Las hembras estoicamente guardaban silencio.
- Hacíamos mandados de todo tipo en el vecindario. Esta labor no era muy productiva porque todo el mundo entendía que todo muchacho venía obligado a
hacer mandados gratuitamente.
- Se comentaba que algunos se financiaban prestando no se que servicios al dueño de un viejo Dodge con luces posteriores color violeta.
Mi situación era doblemente complicada. Cuando salía de la escuela y los fines de
semana, yo tenía tareas asignadas en el Taller de Herrería de mi padre. Las realizaba con
premura para que me sobrara tiempo para las "chiripas" señaladas anteriormente. Muchas de las
tareas asignadas en el Taller eran compartidas por mi madre, la "erudita analfabeta", en el
"tiempo libre" que le dejaban las tareas del hogar.
En parte, la pelambrera económica tradicional de mi época, fue el elemento principal para
que me decidiera tomar el curso de Ocupaciones Diversas. Alguien me había informado que en
ese curso, se tomaban clases en la mañana y se practicaba un oficio en las tardes y se recibía paga
por la práctica. Aunque no me engañaron, lo que no me dijeron era que había que trabajar cinco
medios días de una a seis de la tarde y todo el día del sábado. Trabajaba cerca de treinta y ocho horas semanales y
el "benévolo" patrono, J. M. García, me pagaba cinco dólares semanales. En el verano trabajaba horario completo y me
pagaban diez dólares semanales. Unas Navidades me dieron veinte dólares de bono.
El Coordinador de Ocupaciones Diversas me había indicado que yo iría allí a aprender Mecánica de Refrigeración.
Aunque aprendí los rudimentos del oficio, literalmente me sacaban "el jugo" repartiendo gas fluido por los cerros de Aguadilla, instalando
las primeras antenas de televisión en los cerros, instalando estufas de gas fluido, lijando neveras y realizando reparaciones
menores a los televisores.
Esta práctica de esclavitud era todo el estímulo que yo necesitaba para tomar la decisión
de ingresar a la Universidad de Puerto Rico al finalizar mi escuela superior y hacer caso al "yo he pasado" de mi padre..
LOS CONSEJOS DE LA CONSEJERA
Doña La Consejera de la escuela, más allá de que ostentaba el título, yo nunca estuve seguro de las tareas y deberes de la distinguida funcionaria.
Ella fungía como un tipo de facsímil razonable para las tareas que no realizaban los directores, la registradora o la secretaria.
Si alguna de las pocas jóvenes de la escuela que menstruaban recibía la inesperada visita de su ciclo, tenía que recurrir a la consejera
para que le proveyera un poco disimulado "Kotex", envuelto en papel de periódico. Kotex era la única toalla sanitaria que existía y había
el bendito hábito de envolverlo en papel de periódicos para disimularlo. Nunca entendí ese tipo de disimulo porque todo el mundo sabía el contenido del paquete.
Si alguien sufría alguna cortadura o raspadura sencilla, era necesario ser "aconsejado" por la senora, que también estaba a cargo de un improvisado botiquín
mantenido a tono con el eterno "Plan de Defensa Civil".
Con respecto a las funciones esperadas de un consejero, me parece que las instrucciones
correspondientes jamás le fueron impartidas a la senora, o por lo menos, nunca se las actualizaron.
A finales de 1956, dos hermanos de apellido González, candidatos a graduación en ese año, acudieron a la consejera para obtener los formularios de solicitud para
asistencia económica para los estudios universitarios que planeaban iniciar en ese año. La consejera les proveyó un solo formulario porque dos hermanos
no podían reclamar este tipo de ayuda simultáneamente. Mientras echaban suertes para determinar cual iría a estudiar y cual
tendría que irse a trabajar, otro amigo que residía en la Joya y que luego fue mi companero de trabajo, quien ya cursaba estudios en la UPR, preguntó
sobre el asunto en la Oficina del Registrador de nuestro principal centro docente y le indicaron que no existía ningún impedimento para que ambos solicitaran los
beneficios en cuestión. Ambos los solicitaron y los recibieron, estudiaron y se convirtieron en
maestros universitarios; Uno en el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez y
el otro en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard en Massachusets.
Aunque de impacto menos significativo, yo también fui "orientado" por la consejera. Cuando influenciado por las tareas de mi curso de Ocupaciones Diversas y
el "part time" en la herrería de mi padre, decidí proseguir estudios universitarios, me acerqué a la consejera para solicitarle el formulario de solicitud de examen
de ingreso a la universidad. Me preguntó sobre la facultad en que cursaba estudios y cuando le dije que era de Ocupaciones Diversas me negó el
formulario indicándome que solo los graduados de Curso General podían solicitar el examen. Usando la astucia aprendida con los muchachos de "La Cuerda",
me comuniqué con mi querido amigo de apodo cabruno, quien se graduaba de Curso General pero no planeaba estudiar. él solicitó el formulario a la senora y me lo hizo llegar.
Lo cumplimenté, y con ayuda cabruna, la solicitud fue ubicada en el paquete de solicitudes procesadas y tomé el examen. Pese a que no tenía los supuestos
requerimientos, obtuve la segunda nota en del examen ese año. La primera la obtuvo el hijo del primer propietario de la ferretria cuabana que está ubicada justo al lado del Coreo Central en
Aguadilla. Obtuve mi bachillerato en Administración Comercial y nadie jamás me preguntó de que me había graduado en la escuela superior.
LOS ÚLTIMOS AÑOS
El 12 de agosto del 1956 atravesó a Puerto Rico el huracán Santa Clara cuya intensidad
era mediana. El bólido cobro dieciséis vidas y ocasionó mas de 40 millones de dólares en daños. Nuestros padres nos había
hablado de temporales como San Felipe, San Ciprián y otros tantos, pero nosotros no habíamos experimentado ninguno y en cierta medida, nos alegramos cuando se
anunció la inminencia del temporal. El mismo entró a Puerto Rico por las cercanías del pueblo de Yabucoa y salió por Aguadilla.
Gracias a la proximidad de nuestro pueblo al mar, las lluvias solo ocasionaron las acostumbradas inundaciones de la época. Reventó el Ojito de los Zamora
en la Joya,. el Parterre se salió de su cause inundando las cercanías del Teatro Victoria, el mar selló la salida del Caño de la Cacula en
el Higüey y el Caño Madre Vieja se llevó el puente y la carretera que unía al Barrio Espinar de Aguada con el Parque Colón. Las marejadas
afectaron el acceso en automóvil al Parque Colón y la playa frente al Pabellón del Parque desapareció en su totalidad y el mar batía contra los
cimientos del mencionado Pabellón.
En términos de daños a la propiedad, algunos techos de las casa de los cerros desaparecieron, el Comité del Partido Estadista Republicano quedó
hecho una estiba de planchas de zinc, dejando sin Club de Dominó a los viejos de los alrededores.
Los accesos a la Escuela Vocacional se vieron afectados y la famosa ceiba de nuestra escuela sufrió daños y sus ramas rompieron parte del techo del salón de
Economía Doméstica. Los cables que usaba el intercom de la oficina se cortaron y jamás pudieron ser alambrados en forma adecuada para la alegría de muchos.
Estuvimos unas dos semanas desprovistos de energía eléctrica y tomamos unos cuantos
días de vacaciones escolares en lo que todo regresaba a la normalidad.
Jamás volvimos a desear que nos afectara un huracán.
PREÁMBULO AL EVENTO
En algún momento durante la planificación de la graduación, alguien tuvo la idea de que
usáramos togas y birretes en la ceremonia. La mayoría de nosotros no tenía ni la más remota idea de lo que eran estos parafernales y cuando nos enteramos,
no había un varón graduando en su sano juicio que deseara endilgarse una "batita" de aquellas. Por desgracia, aL Director le gustó la idea y esa fue razón
suficiente para que se terminaran las alternativas.
La mayoría de los estudiantes no tenía dinero para algo más allá que la "muda" de
graduación, así que la idea de alquilar una toga con birrete iba mucha más allá del más ostentoso presupuesto estudiantil.
Nuestro director era de esas personas que tenía la poderosa capacidad de poner la
acción, la viabilidad y el apoyo absoluto en aquellas cosas en las que él creía. La "absurda" idea de las togas terminó siendo el proyecto
de las niñas de la Clase de Economía Doméstica. Se compró la tela en un almacén al por mayor en San Juan, se diseñaron una buena
variedad de tamaños y la semana previa a la graduación, todos teníamos nuestras togas color azul celeste y un birrete con borla y todo.
La calidad de estas togas la pudimos verificar cuando en la celebración de los primeros
treinta años de aquel glorioso evento, apareció un compañero de la clase de nombre Heriberto Vázquez Rodríguez,
elegantemente ataviado con la suya, tocado por un birrete que ya no le quedaba y
ostentando con orgullo aquella pequeña sortijita de graduación de $ 26.75. Parece que las borlas del birrete no eran de la misma
calidad que el resto de la indumentaria ya que el companero no tenía la suya. Tengo que reconocer
que aunque la toga le quedaba bastante "brinca charco", el condenado muchacho se veía increíblemente bien.
La idea de la toga hizo que nuestra clase fuera la primera escuela pública que usara la ceremonial vestimenta en Aguadilla y no me cabe duda que muy pocas lo habían
hecho antes en Puerto Rico. La mía terminó siendo un delantal de mi madre. Nunca supe la suerte corrida por el
birrete. La sortija se la di a una novia como se acostumbraba en la época y no sé si la botó, la
perdió, la vendió o la empeño, porque jamás la volví a ver. A la novia tampoco.
LA NOCHE DEL EVENTO
El director dejaba muy pocas cosas al azar. Los graduandos debían marchar en parejas de hombre y mujer. En esa época nadie hubiese argumentado los derechos de los
homosexuales a marchar emparejados y no precisamente porque no los hubiera. Las parejas se auto seleccionaban. Era la primera vez que los novios podían caminar juntos
sin la mirada acusadora de Míster Cerezo.
Nos debíamos comenzar reunir a partir de las seis de la tarde en el Parterre, para luego marchar hasta el patio frontal de la escuela, en cuyo atrio se había construido
un templete para los actos ceremoniales.
Temprano en la tarde había llovido copiosamente y muchos temimos que esto afectara los actos de graduación pero todos confiábamos en que a última hora,
si esto ocurriera, Míster Cerezo en su conocida omnipotencia, resolvería el asunto. Siempre confiábamos en que el director tendría un "Plan B"
para resolver cualquier situación administrativa adversa que surgiera.
A eso de las 6:45 de la noche, se comenzaron a formar las parejas, según los acuerdos previamente concertados. Llegó el director y se le acabó
el bembé a los novios. Agarró a la más pequena y la empató con el más pequenos y los ubicó al frente del cortejo. Y así continuó empatando por estaturas
y por cursos, colocándonos la borla del birrete en el lugar correspondiente al candidato a graduación y ubicandonos el birrete de manera que nos cubriera parte
de la frente y no echado hacia atrás como "choferes de guaguas", hasta llegar a los de mayor estatura de los Cursos Vocacionales, que desfilaban al final.
Hasta el mismo final de nuestra vida estudiantil en la Escuela Superior de Aguadilla, las parejas de novios fueron desautorizadas.
La marcha hacia la escuela, rivalizaba con las antiguas procesiones de la Iglesia Católica y los entierros de los ricos del pueblo. Seguíamos una parsimonia similar,
solo que nosotros no llegaríamos hasta "La Lápida".
Cuando llegamos notamos que la escuela estaba hermosamente decorada. El templete se
veía impresionante y el patio frontal estaba lleno de sillas arregladas en forma de herradura para
que nos sentáramos los graduandos, y si sobraba espacio, los parientes.
Yo no sé si fue mi imaginación o la cortesía del ilustre pirotécnico aguadillano, junto al funcionario municipal que tiraba los cohetes en las
Fiestas Patronales, pero les aseguro que yo escuche cohetes a nuestra llegada.
Aunque no sabíamos sus propósitos, nos tomó por sorpresa ver a un publicista aguadillano muy conocido, dando instrucciones en las cuatro esquinas del patio.
Nos tomó por sorpresa verlo dando órdenes, no por su presencia pues acababa de casarse con la recientemente nombrada registradora de la escuela y además él
era un colaborador que veíamos con frecuencia en la escuela. Se auto denominaba periodista, promotor y no sé cuantas otras cosas.
Se iniciaron los actos oficiales, a los acordes del segundo acto de la ópera Aida de Giuseppe Verdi, específicamente el pasaje de La Marcha Triunfal, seguido inmediatamente de
los consabidos himnos de Puerto Rico y Estados Unidos, todos con la increíble solemnidad con que las cosas se hacían en esos tiempos.
Luego del protocolo inicial que absorbió toda nuestra atención, se iniciaron los actos y las inolvidables actuaciones de nuestros compañeros. Trozos de obras de
roadway interpretadas por el hijo del propietario de la ferretería y las coristas de la escuela, bailes folclóricos, poesías, monólogo de
"Segismundo" de "La Vida es Sueño" de Calderón de la Barca y otras maravillas de nuestros tiempos.
Fue entonces cuando vimos la razón de la presencia de recién casado promotor y periodista en los alrededores. Había un camarógrafo filmando en celuloide
los eventos de nuestra graduación para luego ser trasmitidos por la tele-emisora WORA de Mayagüez, que había sido inaugurada en esos días.
Otra primicia de la Clase del 57; nuestra graduación fue la primera trasmitida por televisión en Aguadilla y sus litorales.
En algún momento de la ceremonia, se nos instruyó a ponernos en pie y entonamos la canción de la clase. Una composición del director a la que tituló
Mi Escuela. Como no era músico, utilizó la música de La Campesina de Don José Reyna, músico venezolano que en ese mismo año había
fundado la Banda Obrera del Ministerio del Trabajo de su país.
Cuarenta y cinco años después, un significativo grupo de graduados de la clase, la interpretamos puestos de pie y muchos lloramos emocionados por los
recuerdos que surgieron a nuestras mentes. Para el beneficio de nuestros nietos, reproducimos a continuación, la lírica de la canción:
MI ESCUELA
Música de "La Campesina" de José Reyna
Letra de Benito Cerezo Vázquez
¡Ven!, y mi escuela verás
A la puesta del sol
De mi pueblo querido.
¡Ven! a la orilla del mar
Y las olas que van
Llevarán mis suspiros.
¡Reclinada en el mar,
Mi escuelita verás!
¡Ven! y oirás la canción
A la puesta del sol
Que es plegaria y suspiro
¡Mi escuelita verás,
reflejada en el mar!
¡La!, ta ra rá, ta ra rá,
Una linda canción
De las olas del mar
|
Al momento del desfile final volvieron a sonar los acordes de la ópera Aida, se nos ubicaron las borlas en el lugar correspondiente al graduado y se nos entregó un
facsímil del diploma que atesoramos como si no lo fuera.
Luego, la tristeza, la despedida, el adiós. Unos pocos nos fuimos a estudiar a Río Piedras
y seguimos viéndonos en alguna manera. En este pequeño grupo mantengo el recuerdo de algunos, con otros me comunico por las redes sociales
y otros más que no recuerdo. La mayor parte se integró a la corriente laboral del país o se fueron a intentar integrarse al "melting pot" estadounidense.
Otros, éramos amigos del barrio y nos veíamos los fines de semana. Otros nos veíamos en las Fiestas Patronales. A otros no volvimos a verlos hasta treinta años después,
cuando nuestra clase graduada se reunió por primera vez. Y a un pequeño grupo hasta el presente, nos proponemos
volver verlos en el cielo.
FOTOS DE PROFESORES Y CLASE
FOTO DE LA CLASE EN CELEBRACIÓN DE 30 AÑOS DE NUESTRA GRADUACIÓN
|
|
FOTOS DE ALGUNOS DE NUESTROS PROFESORES EN 1957
|
Sr. Pablo Fernández
|
Srta. Carmen Villanueva
|
Sr. Luis T. Díaz
|
Sra. Tomasita Rodríguez |
Sra. Aida Roldán
|
Sra. Ernestina Suárez
|
Sr. Rubén Abreu
|
Sra. Blanca Hernández |
|
Sra. Carmen Pamies
|
Sra. María O. Milán
|
|